Cada vez más cerca de sus desconocidos y más alejados de sus allegados nuestros jóvenes tienen una vida paralela en el mundo virtual. Dantesco me parece llegar a un bar y encontrarme una docena de jóvenes alrededor de una mesa y todos conectados con sus smartphones (dispositivos cada vez más inteligentes para usuarios cada vez más incultos).
Quedan con sus amigos reales para contactar con sus amigos virtuales. De locos…
Y no voy a culpar solamente a centennials, en esta fiesta estamos todas las generaciones. Es obvio que el uso es más acentuado en las generaciones más jóvenes que no son adoptivos digitales, sino que son nativos digitales, así que ven los teléfonos móviles como una extremidad más de su cuerpo. Y, además, para mayor facilidad y confort de los padres, son generaciones que ya crecieron enganchadas a estas pantallas en restaurantes y así permitir una distendida conversación de adultos sobre la mesa. Adultos que seguramente discutirían de vez en cuando la peligrosidad de la adicción a Redes Sociales mientras que Carlitos ya chupaba horas de Peppa Pig en una Ipad en la tronita de al lado.
Cada vez que reciben un like, un “me gusta”, un comentario a sus fotos o posts, reciben una mini-dosis de dopamina y esto es grave, muy grave, porque es adictivo. Son adictos a las Redes Sociales, y no sé porque hablo en tercera/s persona/s porque los efectos son los mismos para todos los seres humanos, si bien es cierto que en edades más pueriles el efecto es más devastador y adictivo.
Habitualmente en conferencias y formaciones cuando entramos en el tema de internet, RRSS, control parental… Siempre hago la misma pregunta a padres y madres y es si saben dónde están sus hijos en internet y la respuesta siempre es la misma: en Facebook, en Instagram y Tik Tok. Los padres van más perdidos que un sordo en un tiroteo.
Boomers y generación X jugábamos en la calle o en el parque de nuestra localidad, con columpios que hoy no pasarían ningún test de seguridad, donde nuestros padres bien se preocupaban por saber con quiénes pasábamos nuestro tiempo. De hecho, era habitual preguntar sobre la familia de nuestros amigos, muchas veces tenía la sensación de estar más en un interrogatorio que en una cena familiar. Hoy las generaciones más jóvenes poco juegan en los parques, espacios que desgraciadamente en muchas zonas deterioradas del país ya se han convertido en puntos neurálgicos del trapicheo, y los padres ya no tienen ese acceso ni control al entorno con el que sus hijos están creciendo, están aprendiendo y empapándose de otras personas. Es grave, porque además son analfabetos digitales la mayoría y, por más empeño que ponen, les faltan las herramientas para poder moverse con agilidad en el nuevo mundo digital de sus herederos.
Percibo con preocupación como los casos de bulimia y anorexia crecen de manera alarmante y aquí mucho tienen que ver los dichosos filtros de las fotos. Estos inventos del diablo que eliminan las imperfecciones propias de la vida, la celulitis, la belleza de la arruga…
Me preocupa tremendamente el nivel de suicidios adolescentes y de depresiones infantiles que crece sin control y es que las redes sociales han hecho un mundo plástico, retocado, tuneado de vidas falsas donde solo se postea lo que realmente es bueno e imponente y por inevitable comparativa estos jóvenes piensan que sus vidas carecen de sentido, que son insulsas y pierden todo tipo de esperanza e ilusión. Además, adulan y siguen a personajes mediocres con billeteras rebosantes, lo que viene a llamarse “influencers”, este invento del mundo digital que hizo más infinita la distancia entre cultura y riqueza. Y así nos va, más frustración y menos esperanza en jóvenes que podrían comerse el mundo y no se comerán ni un “mojón” que dice mi amigo Kisco.
Me inquieta tremendamente la falta de habilidades comunicativas de los más jóvenes. Son generaciones que no hablan, solo escriben (“textean”) y si se vienen arriba, mandan un audio por WhatsApp o Telegram. Las palabras son las justas y casi siempre las mismas, produciendo un paupérrimo disfrute de las posibilidades que nos da la maravillosa lengua castellana.
Y con todo este gazpacho de temas que me quitan el sueño veo a muchos padres y madres, analfabetos digitales, luchando para legislar que el piropo del pobre paleta encaramado en un andamio se tipificado como “acoso sexual”, mientras sus hijas, menores, en la habitación de al lado venden sus nalgas por un puñado de likes en Instagram. Muchos de estos likes ofrecidos por pedófilos sesentones enmascarados tras falsos perfiles de aparentes adolescentes imberbes. ¡Es una locura!
Y ante este colapso digital nuestros políticos siguen gastando esfuerzos y presupuestos en cosas que ni son urgentes ni son importantes, es puro maquillaje para seguir calentando esas sillas tan jugosas, las suyas y la del centenar de asesores que tienen.
Si esto te preocupa comparte este artículo ver si llega a alguien con poder real de decisión y empiezan a cambiar las cosas, porque el futuro no pinta bien…ni el futuro real ni el virtual…
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